lunes, octubre 01, 2012

Lecturas cómplices


Desde que recuerdo, escucho a mis papás leer.
A veces percibo sólo su silencio y ya sé que están sentados uno junto al otro, cada quien inmerso en distintos universos, frente a sus respectivos libros. Sé que, sin hacer ruido, pasan las páginas y piensan, y se envuelven en historias o se pierden en reflexiones sin moverse de sus lugares.
De pronto, los escucho hablar. Es una costumbre de años. Cuando uno encuentra algo que lo maravilla en el papel, interrumpe la lectura para compartirlo en voz alta. Se anuncia y luego recita las líneas que le vibraron al recorrerlas con la mirada. El otro sube la vista y escucha, atento. Yo oigo también, desde la distancia. Al terminar de leer el fragmento, lo comentan y de nuevo enmudecen.
Conozco la escena de memoria, sé que en medio del sigilo se sonríen, se miran cómplices y luego regresan cada quien a su aventura literaria. Esto se repite innumerables veces en mi cabeza. En mi infancia, en mi adolescencia, hace unos pocos años, ahora. Sus voces y sus silencios, intercalados, sus figuras sosteniendo sendos libros como si estuvieran de uno y otro lados de un espejo.

Leen, piensan, callan, sonríen.
Yo los escucho.

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