lunes, noviembre 12, 2012

Bajo la mesa


De pronto me invaden las ganas de esconderme bajo la mesa, abrazar mis piernas y balancearme. Esperar la explosión.
No puedo evitarlo. Siento el estallido dentro de mí. Lo he vivido tantas veces que sé reconocerlo desde que la chispa toca el extremo de la mecha. Trato de ignorarlo el mayor tiempo posible. Hasta que es tarde. Hasta que el corazón se hincha y sus latidos resuenan en el vacío universo de mi pecho. Miro bajo la mesa. Espero que, si me coloco allí, nadie escuche el atronador disparo del alma que revienta, que contamina todo a su alrededor. Espero limpiar sola las manchas del silencio que albergué tanto tiempo, las mentiras que salpicaron la planicie inferior de la mesa, esa que nadie nunca observa, las mesas importan sólo por el sostén que brinda su superficie superior. A quién le importa lo que hay abajo. Qué más da cuántas almas han colapsado bajo ellas, si podemos apoyar por arriba nuestro vaso y resoplar satisfechos. 
Yo no tengo un vaso, tengo un alma que revienta. 
Con su permiso, iré bajo la mesa

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