miércoles, junio 20, 2012

Listas, parte I. Último libro (re)leído

La misión se anunció, sencilla. Revivir el blog. Escribir un post sobre un libro.

Tantos libros.
Libros-intimidad, libros-compañía, libros-silencio, libros-estruendo. Libros pasados, presentes y futuros. Libros que han sido escudo, trampolín, guarida o carretera. Libros que fueron espejo y que reflejaron sin duda la paulatina dilatación de mis pupilas, al tránsito de sus páginas. Libros que me enseñaron quién soy, quién no soy, quién querría ser.
Hoy estoy en casa de mis padres, en ese cuarto que aún tiene mis cosas en su lugar y donde antes solía dormir. La mayoría de mis libros están aquí. Me he llevado algunos a mi hogar actual, pero creo que aquí sigue habiendo mayoría. Tres libreros de literatura, uno de libros médicos. Otras dos repisas con sendas filas adicionales de libros, que algún día tuvieron un orden que fue suplantado, poco a poco, por el uso y la comodidad, por la cercanía de los libreros con mi mano que sostenía algún libro en el momento en que no sabía donde guardarlo. Danzando de un entrepaño a otro, los libros terminan por burlar siempre el orden mental que les asignamos. Los libros (por suerte) no nos obedecen.
Tras el espectáculo de sus colores, sus formas y sus posiciones, me doy cuenta de que no sé de cuál voy a escribir.

Qué más da. Para qué darle vueltas. Es éste el último libro que leí, lo tengo entre mis manos: “El libro de arena” de Jorge Luis Borges. Una edición de bolsillo, pasta blanda. En la portada, un fondo amarillo con el dibujo, al centro, de un libro que se desintegra por la parte de abajo, como al deshilar una tela. Se deshace en letras diferentes, que caen al suelo imaginario, que se dispersan en el amarillo. La contraportada reza: “Me dijo que su libro se llamaba El libro de arena, porque ni el libro ni la arena tenían principio ni fin”. En su interior, nos acechan trece pedazos coloridos de genialidad. Trece cuentos, para navegarlos con calma o para surcar sus aguas tempestuosamente, sin treguas. Un libro lleno de fantasía nórdica, de personajes irrepetibles, de proyectos imposibles de llevar a cabo, de mundos diversos donde el tiempo y el espacio se desdoblan o se multiplican o se fusionan. Dicen que los mejores libros contienen la vida en todas sus expresiones. En las páginas del libro de arena se contonean la muerte, el amor, la amistad, el saber, la angustia, la desesperación, los encuentros prismáticos con uno mismo. Borges los despliega, nos los arroja con la maestría de la prosa poética que tanto le caracteriza, con sus palabras que nos devoran, que se asientan en la parte más baja de nuestros abdómenes.

En El otro, atravesamos un portal de tiempo y damos con el protagonista, algunos años antes (o años después, según de qué lado del espejo nos encontremos). A partir de sus páginas, y casi de modo simultáneo que el personaje principal, tropezamos con nuestro antiguo reflejo, dialogamos con él, nos duplicamos, reverberamos: "Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma". El libro sigue y sigue, nunca pierde el hilo conductor. Ulrica nos sacude mientras imaginamos los pétreos ojos de la mujer de oro y de plata que mira a su interlocutor y le dice, indiferente: “Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres”, mientras el otro imagina a su lado historias que jamás han de ser vividas.  Después El Congreso, que es sin duda una de las piezas elementales, sin principio ni fin, de este libro de arena, vierte ante nuestros ojos una historia vibrante, imposible de describir con palabras, llena de personajes infinitos y de reflexiones aceitosas. Nos habla de los esfuerzos futiles por abarcar el conocimiento, de sus consabidos fracasos; en pocas palabras, de la humanidad. Al mismo tiempo, va trenzando frases que son para el alma como el grave estruendo de un gong que es golpeado por primera vez en muchos años: “Oh noches, oh compartida y tibia tiniebla, oh el amor que fluye en la sombra como un río secreto, oh aquel momento de la dicha en que cada uno es los dos, oh la inocencia y el candor de la dicha, oh la unión en que nos perdíamos para perdernos luego en el sueño, oh las primeras claridades del día y yo contemplándola.” Repito: Encontramos en Borges la vida misma que refulge, escandalosa. Cuando pensamos que ya nos hemos conmovido demasiado, There are more things, el siguiente cuento, dedicado con sabiduría a Lovecraft, nos refunde en las tinieblas más aciagas, esas que sólo pueden ser parcialmente descritas, esas que nos representamos con una mano imaginaria que escarba en el epigastrio, que nos genera al mismo tiempo ganas de correr y de seguir mirando, escondidos. “Para ver una cosa hay que comprenderla”, nos dice el narrador. “SI viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos”.
Tras esta metralla de deliciosa literatura, Borges nos deleita con una de sus imaginaciones cultas, la secta de los treinta. Este sabio, capaz de fabricar con absoluta precisión los textos o manuscritos más disparatados, con sus debidas referencias perfectamente plausibles, nos entrega un supuesto texto, bíblico y misterioso, que dibuja la herejía y sigue girando en nuestras cabezas tras haberlo leído. Sin darnos tiempo a reflexionar, el libro continúa y nos vapulea con La noche de los dones, donde nos relata una historia enclavada en el contexto de las tantas guerras latinoamericanas, que por su peculiar estilo, nos enfrenta abiertamente a la hermandad del eros y el thanathos. Me detendría ahora, pero no tiene sentido alguno; tras de este cuento viene otro, o más bien dicho otros, ya que para mí son uno sólo: El espejo y la máscara, seguido de Undr, nos sumergen en dos mundos que tienen en común la idea de la literatura como la búsqueda de una palabra, LA palabra, irrepetible y catastrófica: “He jurado no revelarla. Además, nadie puede enseñar nada. Debes buscarla solo.” El libro de arena continúa con la Utopía de un hombre que está cansado, relato que regresa al juego del tiempo que se desacomoda y nos transporta a un futuro hermenéutico donde se busca olvidar el ayer, donde “ya a nadie le importan los hechos, meros puntos de partida para la invención y el razonamiento”: Sentados a la mesa con un hombre futuro, podemos ver en las páginas, una vez más, el fulgor de nuestra insignificancia.
En seguida; los últimos cuatro cuentos terminan de zarandearnos En una última arremetida de escritura brutal. El soborno nos cuenta la historia de dos académicos de literatura sajona que diseñan un laberinto ético en cuya salida está la plaza que se disputan; Avelino Arredondo retrata a un hombre frío y anónimo con una sola misión, la hazaña que ha de perpetrar para después entregarse a las consecuencias. Finalmente, los dos últimos cuentos retratan un objeto fantástico cada uno; El disco y El libro de arena. El primero, único objeto sobre la tierra que tiene un solo lado y el segundo, el libro sagrado y monstruoso que invade todos los rincones de la vida (incluido el sueño) y que no puede ser destruido jamás: “Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta”.
El libro de arena, como compilación de cuentos, asemeja a su símil fantástico. Logra lo que busca; ser un libro infinito, donde caben todos los temas y ninguno, donde pueden hallarse a cada lectura interpretaciones nuevas, donde se reflejarán más y más lectores, al paso del tiempo, hasta la eternidad, sin principio ni fin.

Tras haber abusado de esta especie de reseña del libro, que extendí innecesariamente y que llené de citas y pleonasmos, sólo me queda decir que hice mi mejor esfuerzo y sin embargo no pude escapar de él. Tuve que enfrentarlo como a un minotauro, tras recorrer sus páginas laberínticas. Habemos quienes regresamos y regresaremos a Borges como se regresa a una verdad universal, a un hecho innegable; a esas poquísimas cosas que sabemos de ciertas en nuestra vida y a las que nos aferramos, las que decidimos un día que no dejaremos ir jamás.
Bien lo decía el autor de este libro infinito y de tantos otros: “Compruebo con una suerte de agridulce melancolía que todas las cosas en el mundo me llevan a una cita o a un libro”.


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**Texto parte de una especie de ejercicio bloggero colectivo, convocado por Antonio C., en Thespectraltiger

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