Listas, parte 2. Disco más escuchado en los últimos meses.
XX, por The XX
(Para escuchar el disco completo, clic aquí)
La sinestesia se define como la percepción conjunta de varios tipos
de sensaciones de diferentes sentidos a partir de uno solo. Un
sinestésico puede, por ejemplo, oírcolores, versonidos,
oler texturas y otras envidiables cruzas entre sus cinco sentidos. En
la historia hay diversos ejemplos de artistas con esta peculiar
cualidad, como Vassily Kandinsky, cuyos cuadros de explosivos colores se
imprimen en la memoria de aquel que los mira con atención. Entre ellos,
destacan los que pintó a partir de obras musicales. Colores, formas,
pinceladas musicales incapaces de reproducir. En fin. Todo esto para
decir que, por desgracia, no soy sinestésica y no he experimentado
nunca esa amalgama maravillosa de los sentidos, pero creo que, hasta
cierto punto, si vivimos la música con suficiente intensidad, ésta
evocará inevitablemente una o varias imágenes.
Para mí, el disco de los XX es de una blancura tranquilizadora y
reconfortante. Por un lado, debe ser sin duda porque me lleva de vuelta a
la nieve, al invierno más largo de mi vida, al único verdadero. Lo
escuché por primera vez a finales de 2010, por recomendación de mi
hermano, melómano incorregible. En esa Navidad, que pasamos juntos en
Canadá, me regaló un USB con dos discos y éste era uno de ellos. Para
ese entonces, tras pasar día y noche con mi hermano en el hotel y por
las calles de Montréal, yo ya lo había escuchado bastante. Desde la
primera vez, tuvo en mí un extraño magnetismo. Me generaba una sensación
de equilibrio delicado, como si el tiempo se detuviera, disipara la
angustia. En esos momentos de transición geográfica y emocional, me
aferré a sus ritmos sutiles, que acompañaban perfectamente la caída
continua de la nieve, que yo miraba atentamente, poseída por la novedad.
Me recuerdo hundiendo los pies en esa masa pálida y entonces
incomprensible para mí, caminando desde mi cuarto en la residencia de la
Université de Montréal hacia el Pavillon Roger Gaudry, donde tomaba
clases de neurociencias y de fisiopatología. Me recuerdo transitando
calles nuevas, bordeadas por árboles cuya ausencia de follaje otorgaba a
sus ramas personalidades tétricas y deformes. El disco de los XX me
transporta al momento en que creí escuchar el silencio por primera vez,
sola en el cuarto que habría de pertenecerme, mirando la noche que caía
inclemente a las cuatro de la tarde, para quedarse hasta el día
siguiente. Cada una de sus canciones, cada voz y cada retumbo del bajo
me llevan a esa felicidad que encontré en asimilar un mundo nuevo, donde
las condiciones climáticas han moldeado de otro modo la forma de vida
de la gente, no podría decir si para bien o para mal. A esos espacios
que fueron mi hogar alguna vez y que no volverán a serlo nunca, pero que
podré de vez en vez re-fabular en mi cabeza, mientras escucho Infinity o Heart skipped a beat o Basic space.
Independientemente de las imágenes límpidas que este disco me hace
evocar, creo que musicalmente es muy vasto. Nos lleva desde la felicidad
contenida hasta la melancolía mansa, afable. Satura los sentidos con
tan sólo unos cuantos sonidos, dispara distintas emociones a cada
segundo, conteniéndolas en su armonía. No es que sea sólo blanco, es más
bien que abarca todos los colores. Ya sabemos el resultado de esa
mezcla. Escuchar este disco pide calma a gritos sigilosos, nos
hipnotiza, nos concentra en la belleza de la quietud. Relájate, nos
dice, no hay dolor que no pueda neutralizarse y cantarse o convertirse
en notas musicales. Como sea.
Durante las guardias más arduas de mi internado, en aquellos momentos
en que uno no concibe ni siquiera ser uno mismo, cuando que los deberes
abruman y las responsabilidades apremian, me escapaba a veces a algún
rincón solitario y escuchaba una de estas canciones. De inmediato, me
invadía la sensación de que otras vidas son posibles, de que aún espera
en algún lado el blanco, no necesariamente el de la nieve o el hielo o
las bajas temperaturas, aunque haya sido ahí donde lo encontré antaño.
Tras respirar profundo, me adentraba en aquello que no tiene nombre pero
me pertenece, me dejaba ir, me cubría de silencio, caminaba de nuevo
otras calles, imaginaba otros rostros. Entonces algún ruido hospitalario
me devolvía a la realidad y, me daba cuenta de qué tan lejos me había
ido. ¿Sinestesia? No lo creo, pero sin duda algo muy parecido.
No recuerdo cuándo escuché ese disco, pero mi propia historia la recuerdo y es muy distinta a la tuya. Aún así me remites, en cada imagen que creas, a esa "sinestesia" que provoca. Me quito el sombrero ante esta reseña que, probablemente, otra cosa quiso ser.
:) noice.
ResponderEliminarNo recuerdo cuándo escuché ese disco, pero mi propia historia la recuerdo y es muy distinta a la tuya. Aún así me remites, en cada imagen que creas, a esa "sinestesia" que provoca. Me quito el sombrero ante esta reseña que, probablemente, otra cosa quiso ser.
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