jueves, junio 21, 2012

Listas, parte 2. Disco más escuchado en los últimos meses.

XX, por The XX




(Para escuchar el disco completo, clic aquí)
La sinestesia se define como la percepción conjunta de varios tipos de sensaciones de diferentes sentidos a partir de uno solo. Un sinestésico puede, por ejemplo, oír colores, ver sonidos, oler texturas y otras envidiables cruzas entre sus cinco sentidos. En la historia hay diversos ejemplos de artistas con esta peculiar cualidad, como Vassily Kandinsky, cuyos cuadros de explosivos colores se imprimen en la memoria de aquel que los mira con atención. Entre ellos, destacan los que pintó a partir de obras musicales. Colores, formas, pinceladas musicales incapaces de reproducir.
En fin. Todo esto para decir que, por desgracia, no soy sinestésica y no he experimentado nunca esa amalgama maravillosa de los sentidos, pero creo que, hasta cierto punto, si vivimos la música con suficiente intensidad, ésta evocará inevitablemente una o varias imágenes.
Para mí, el disco de los XX es de una blancura tranquilizadora y reconfortante. Por un lado, debe ser sin duda porque me lleva de vuelta a la nieve, al invierno más largo de mi vida, al único verdadero. Lo escuché por primera vez a finales de 2010, por recomendación de mi hermano, melómano incorregible. En esa Navidad, que pasamos juntos en Canadá, me regaló un USB con dos discos y éste era uno de ellos. Para ese entonces, tras pasar día y noche con mi hermano en el hotel y por las calles de Montréal, yo ya lo había escuchado bastante. Desde la primera vez, tuvo en mí un extraño magnetismo. Me generaba una sensación de equilibrio delicado, como si el tiempo se detuviera, disipara la angustia. En esos momentos de transición geográfica y emocional, me aferré a sus ritmos sutiles, que acompañaban perfectamente la caída continua de la nieve, que yo miraba atentamente, poseída por la novedad. Me recuerdo hundiendo los pies en esa masa pálida y entonces incomprensible para mí, caminando desde mi cuarto en la residencia de la Université de Montréal hacia el Pavillon Roger Gaudry, donde tomaba clases de neurociencias y de fisiopatología. Me recuerdo transitando calles nuevas, bordeadas por árboles cuya ausencia de follaje otorgaba a sus ramas personalidades tétricas y deformes. El disco de los XX me transporta al momento en que creí escuchar el silencio por primera vez, sola en el cuarto que habría de pertenecerme, mirando la noche que caía inclemente a las cuatro de la tarde, para quedarse hasta el día siguiente. Cada una de sus canciones, cada voz y cada retumbo del bajo me llevan a esa felicidad que encontré en asimilar un mundo nuevo, donde las condiciones climáticas han moldeado de otro modo la forma de vida de la gente, no podría decir si para bien o para mal. A esos espacios que fueron mi hogar alguna vez y que no volverán a serlo nunca, pero que podré de vez en vez re-fabular en mi cabeza, mientras escucho Infinity o Heart skipped a beat o Basic space. Independientemente de las imágenes límpidas que este disco me hace evocar, creo que musicalmente es muy vasto. Nos lleva desde la felicidad contenida hasta la melancolía mansa, afable. Satura los sentidos con tan sólo unos cuantos sonidos, dispara distintas emociones a cada segundo, conteniéndolas en su armonía. No es que sea sólo blanco, es más bien que abarca todos los colores. Ya sabemos el resultado de esa mezcla. Escuchar este disco pide calma a gritos sigilosos, nos hipnotiza, nos concentra en la belleza de la quietud. Relájate, nos dice, no hay dolor que no pueda neutralizarse y cantarse o convertirse en notas musicales. Como sea.
Durante las guardias más arduas de mi internado, en aquellos momentos en que uno no concibe ni siquiera ser uno mismo, cuando que los deberes abruman y las responsabilidades apremian, me escapaba a veces a algún rincón solitario y escuchaba una de estas canciones. De inmediato, me invadía la sensación de que otras vidas son posibles, de que aún espera en algún lado el blanco, no necesariamente el de la nieve o el hielo o las bajas temperaturas, aunque haya sido ahí donde lo encontré antaño. Tras respirar profundo, me adentraba en aquello que no tiene nombre pero me pertenece, me dejaba ir, me cubría de silencio, caminaba de nuevo otras calles, imaginaba otros rostros. Entonces algún ruido hospitalario me devolvía a la realidad y,  me daba cuenta de qué tan lejos me había ido. ¿Sinestesia? No lo creo, pero sin duda algo muy parecido.

2 comentarios:

  1. No recuerdo cuándo escuché ese disco, pero mi propia historia la recuerdo y es muy distinta a la tuya. Aún así me remites, en cada imagen que creas, a esa "sinestesia" que provoca. Me quito el sombrero ante esta reseña que, probablemente, otra cosa quiso ser.

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