La misión se anunció, sencilla. Revivir el blog. Escribir
un post sobre un libro.
Tantos libros.
Libros-intimidad,
libros-compañía, libros-silencio, libros-estruendo. Libros pasados, presentes y
futuros. Libros que han sido escudo, trampolín, guarida o carretera. Libros que
fueron espejo y que reflejaron sin duda la paulatina dilatación de mis pupilas,
al tránsito de sus páginas. Libros que me enseñaron quién soy, quién no soy,
quién querría ser.
Hoy estoy en casa de mis padres, en ese cuarto que aún tiene
mis cosas en su lugar y donde antes solía dormir. La mayoría de mis libros están
aquí. Me he llevado algunos a mi hogar actual, pero creo que aquí sigue
habiendo mayoría. Tres libreros de literatura, uno de libros médicos. Otras dos
repisas con sendas filas adicionales de libros, que algún día tuvieron un orden
que fue suplantado, poco a poco, por el uso y la comodidad, por la cercanía de
los libreros con mi mano que sostenía algún libro en el momento en que no sabía
donde guardarlo. Danzando de un entrepaño a otro, los libros terminan por
burlar siempre el orden mental que les asignamos. Los libros (por suerte) no
nos obedecen.
Tras el espectáculo de sus colores, sus formas y sus
posiciones, me doy cuenta de que no sé de cuál voy a escribir.
Qué más da. Para qué darle vueltas. Es éste el último libro que leí, lo tengo entre mis manos:
“El libro de arena” de Jorge Luis Borges. Una edición de bolsillo, pasta blanda. En la portada, un
fondo amarillo con el dibujo, al centro, de un libro que se desintegra por la
parte de abajo, como al deshilar una tela. Se deshace en letras diferentes, que
caen al suelo imaginario, que se dispersan en el amarillo. La contraportada
reza: “Me dijo que su libro se llamaba
El libro de arena, porque
ni el libro ni
la arena tenían principio ni fin”. En su interior, nos acechan trece
pedazos coloridos de genialidad. Trece
cuentos, para navegarlos con calma o para surcar sus aguas
tempestuosamente,
sin treguas. Un libro lleno de fantasía nórdica, de personajes
irrepetibles, de proyectos imposibles de llevar a cabo, de mundos
diversos donde el tiempo y el espacio se desdoblan o se multiplican o se
fusionan. Dicen que los mejores libros contienen la vida en todas sus expresiones. En las páginas del libro de arena se contonean la muerte, el
amor, la amistad, el saber, la angustia, la desesperación, los
encuentros prismáticos con uno mismo. Borges los despliega, nos los
arroja con la maestría de la prosa poética que tanto le caracteriza, con
sus palabras que nos devoran, que se asientan en la parte más baja de
nuestros abdómenes.
En
El otro, atravesamos un portal de tiempo y damos con el
protagonista, algunos años antes (o años después, según de qué lado del espejo
nos encontremos). A partir de sus páginas, y casi de modo simultáneo que el
personaje principal, tropezamos con nuestro antiguo reflejo, dialogamos con él,
nos duplicamos, reverberamos: "Al fin y al cabo, al recordarse, no hay
persona que no se encuentre consigo misma". El libro sigue y sigue, nunca
pierde el hilo conductor.
Ulrica nos
sacude mientras imaginamos los pétreos ojos de la mujer de oro y de plata que
mira a su interlocutor y le dice, indiferente: “
Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres”,
mientras el otro imagina a su lado historias que jamás han de ser vividas.
Después
El
Congreso, que es sin duda una de las piezas elementales, sin principio ni
fin, de este libro de arena, vierte ante nuestros ojos una historia vibrante,
imposible de describir con palabras, llena de personajes infinitos y de
reflexiones aceitosas. Nos habla de los esfuerzos futiles por abarcar el
conocimiento, de sus consabidos fracasos; en pocas palabras, de la humanidad. Al
mismo tiempo, va trenzando frases que son para el alma como el grave estruendo
de un gong que es golpeado por primera vez en muchos años: “Oh noches, oh
compartida y tibia tiniebla, oh el amor que fluye en la sombra como un río
secreto, oh aquel momento de la dicha en que cada uno es los dos, oh la
inocencia y el candor de la dicha, oh la unión en que nos perdíamos para
perdernos luego en el sueño, oh las primeras claridades del día y yo contemplándola.”
Repito: Encontramos en Borges la vida misma que refulge, escandalosa. Cuando
pensamos que ya nos hemos conmovido demasiado,
There are more things, el siguiente cuento, dedicado con sabiduría
a Lovecraft, nos refunde en las tinieblas más aciagas, esas que sólo pueden ser
parcialmente descritas, esas que nos representamos con una mano imaginaria que
escarba en el epigastrio, que nos genera al mismo tiempo ganas de correr y de
seguir mirando, escondidos. “Para ver una cosa hay que comprenderla”, nos dice
el narrador. “SI viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos”.
Tras esta metralla de deliciosa literatura, Borges nos deleita con una de sus
imaginaciones cultas,
la secta de los
treinta. Este sabio, capaz de fabricar con absoluta precisión los textos o
manuscritos más disparatados, con sus debidas referencias perfectamente
plausibles, nos entrega un supuesto texto, bíblico y misterioso, que dibuja la
herejía y sigue girando en nuestras cabezas tras haberlo leído. Sin darnos
tiempo a reflexionar, el libro continúa y nos vapulea con
La noche de los dones, donde nos relata una historia enclavada en
el contexto de las tantas guerras latinoamericanas, que por su peculiar estilo,
nos enfrenta abiertamente a la hermandad del eros y el thanathos. Me detendría
ahora, pero no tiene sentido alguno; tras de este cuento viene otro, o más bien
dicho otros, ya que para mí son uno sólo:
El
espejo y la máscara, seguido de
Undr,
nos sumergen en dos mundos que tienen en común la idea de la literatura como la
búsqueda de una palabra, LA palabra, irrepetible y catastrófica: “He jurado no
revelarla. Además, nadie puede enseñar nada. Debes buscarla solo.” El libro de
arena continúa con la
Utopía de un hombre que está cansado, relato que
regresa al juego del tiempo que se desacomoda y nos transporta a un futuro
hermenéutico donde se busca olvidar el ayer, donde “ya a nadie le importan los
hechos, meros puntos de partida para la invención y el razonamiento”: Sentados
a la mesa con un hombre futuro, podemos ver en las páginas, una vez más, el
fulgor de nuestra insignificancia.
En seguida; los últimos cuatro cuentos terminan de zarandearnos En una última
arremetida de escritura brutal.
El
soborno nos cuenta la historia de dos académicos de literatura sajona que
diseñan un laberinto ético en cuya salida está la plaza que se disputan;
Avelino Arredondo retrata a un hombre frío
y anónimo con una sola misión, la hazaña que ha de perpetrar para después
entregarse a las consecuencias. Finalmente, los dos últimos cuentos retratan un
objeto fantástico cada uno;
El disco y
El libro de arena. El primero, único
objeto sobre la tierra que tiene un solo lado y el segundo, el libro sagrado y
monstruoso que invade todos los rincones de la vida (incluido el sueño) y que
no puede ser destruido jamás: “Pensé en el fuego, pero temí que la combustión
de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta”.
El libro de arena, como compilación de cuentos, asemeja a su símil fantástico.
Logra lo que busca; ser un libro infinito, donde caben todos los temas y ninguno,
donde pueden hallarse a cada lectura interpretaciones nuevas, donde se reflejarán
más y más lectores, al paso del tiempo, hasta la eternidad, sin principio ni
fin.
Tras haber abusado de esta especie de reseña del libro, que extendí innecesariamente y que llené de citas y pleonasmos, sólo me queda decir que hice mi mejor esfuerzo y sin embargo no
pude escapar de él. Tuve que enfrentarlo como a un minotauro, tras recorrer sus
páginas laberínticas. Habemos quienes regresamos y regresaremos a Borges como
se regresa a una verdad universal, a un hecho innegable; a esas poquísimas
cosas que sabemos de ciertas en nuestra vida y a las que nos aferramos, las que
decidimos un día que no dejaremos ir jamás.
Bien lo decía el autor de este libro infinito y de tantos otros: “Compruebo
con una suerte de agridulce melancolía que todas las cosas en el mundo me
llevan a una cita o a un libro”.
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**Texto parte de una especie de ejercicio bloggero colectivo, convocado por Antonio C., en
Thespectraltiger